Hotel Room

 
Hoy es Navidad, y la gente quiere correr hacia lo conocido, hacia su zona de confianza, encerrarse detrás de puertas familiares, olvidar el olvido acompaña a muchos durante el resto del año. Sentirse parte de una tribu y aunque disfuncional, sentirse miembros de pleno derecho.

Yo también pensé hoy en compartir las historias repetidas entre rostros conocidos, las aventuras de los cuñados sin rumbo, que buscan un destino que no persiguen, las primas mayores con achaques, con visitas interminables a médicos y conversaciones de sala de espera, la vecina cuarentona del 8º que se separó en el otoño y busca a alguien que le quite las telarañas adormecidas, y los familiares  que “Holy shit” haría exactamente un año que no veía.

Llevaba tres días en Madrid después de un largo viaje y me atraía la idea de perderme sin huellas que seguir. Las luces de la calle de Alcalá me empujaron con sus destellos a avanzar una calle  más allá cada vez. Ya había caminado 20 calles sin norte que me llevara, ni noción del tiempo, y fue mi yo lógico cansado, el que me palmoteo en la espalda al pasar por delante del Museo Thyssen.

 Entré en el museo con la celeridad del mensajero que sabe donde recoger su paquete, y sin embargo, yo no sabia ni donde estaba la entrada.

Atravesé salas y fui ojeando varios siglos, me detuve en los impresionistas y me refrescaron sus colores luminosos y cuando todavía me encontraba saboreando en mi mente los verdes de Pisarro, El huerto en Éragny. 

Me di de bruces con el cuadro de Edward Hopper The Hotel room, y se me paró el habla, sin saber porqué. Me sentí en el cuarto desnudo de ese hotel, con las maletas por abrir, a media desnudez y solo. Cuantos cientos de noches me agarraron en ese instante, pronto para dormir, tarde para ir a cualquier parte, ciudad desconocida y perdido en el mapa.

Cuando entré en la estancia, ésta estaba casi vacía ya, los guías y vigilantes aceleraban a los grupos para terminar la visita. Hoy se cumple el horario o si, o si. “Excuse me, the museum will be closed in 15 minutes” alguien le susurro a la chica que se encontraba delante del cuadro de Hopper y que parecía tan inmóvil como yo. Ni siquiera giró la cabeza, masculló un thank you sin ganas. Seguí ensimismado en la visión de la imagen de la habitación del hotel y dije en voz baja “yo estoy en esa habitación”,  juro que ni yo mismo me oí, sin embargo, a continuación sonó como una respuesta cercana, “I am her”.

Dirigí mi mirada hacia la voz, y me encontré unos ojos verdes como mango maduro y no pude evitar emitir un estúpido “Excuse me?”. Me respondió en un correcto inglés que perdonara, pero que no pudo evitar oírme, y responderme.

Me contó que cuando veía esa escena, se veía a ella misma, como si alguien hubiera captado esa imagen intima de su soledad, en un cuarto de hotel.

Y le hizo gracia que yo hubiera sentido algo parecido.

Hablamos de los matices del cuadro, de la luz, del espacio pequeño, de los detalles de los zapatos tirados, del bolso abierto, de la guía o libro abierto que tiene la chica en su regazo, y comenzamos a divagar, es un libro de mapas, es una guía de museos, es una guía erótica! dijo riéndose. Con esa frase, evidentemente me detuve en sus rasgos, blanca, pecosa, de labios relativamente carnosos, rostro alargado, y con una media melena rojiza encendida que quemaba su abrigo blanco, mediana estatura, y complexión estilizada. Con unas botas de punta de vértigo, debo de añadir.

Le mencioné como me gustaba el  cuadro de “nighthawks” y ella me habló de las piezas de hoteles y trenes y el cuadro de la gasolinera de Hopper, y del realismo americano  el paso de la America rural a la urbana, la gran ciudad, el desarrollo industrial y cuando llegó a George Bellows, creo que me enamoré. En la manera como movía los labios, se le iluminaba la mirada, uff, se encendieron mis alarmas, incluida la entrepierna.

Nos sentamos en el banco frente a nuestro cuadro y hablamos de la luz de los impresionistas, que tanto me había cautivado en la sala anterior y a ella se le volvió a iluminar el rostro y a mí mis alarmas.

Y en un momento eterno, acerco su rostro al mío, y mis labios se aproximaron tanto a los suyos que me ruboricé con sorpresa.

El beso no se hizo esperar, y sentí una luz caliente golpeándome la nuca. Un beso tan profundo que juraría haber visto imágenes en carrusel girando en mi ceguera, su húmeda lengua recorrer mi paladar y cuando mis labios mordieron los suyos, su cuerpo se aferró al mío.

Se incorporó del banco y me cogió de la mano, y de pronto estábamos entrando de puntillas en el servicio de chicas y yo me palpé el preservativo del bolsillo.

Cerró tras de sí la puerta, entramos en uno de los baños y el mundo se hizo pequeño, intenso, desordenado, delicioso, su cuerpo sabia a flores no importa cuales y cuando llegué a sus mas íntimos rincones, todo se hizo luz y sabor. Las caricias y los besos mordidos nos aceleraban el jadeo y cuando juntamos nuestros cuerpos, nos abrazamos  delirantes, como si solo la luz y el silencio fuera nuestra única compañía, en esta fría noche de Madrid.

Alguien golpeó en la puerta y espetó, ¿hay alguien? el museo se está cerrando. La chica respondió: Si! Ya salgo!.

Me abrazó y me besó dulcemente con sus labios húmedos, y me dijo: Espérame fuera del museo, ya salgo.

Sin pensarlo me dirigí azaroso a la salida, mientras los vigilantes me lanzaban algunas miradas insidiosas de “Cabrón, lárgate que me espera el cordero en casa de la suegra”.

Esperé fuera, y se hicieron las 9 y las 10 y las 11, y pregunté por la chica de abrigo blanco y melena roja que entró en el baño, y recibí de nuevo las miradas displicentes.

Y estoy de vuelta en la habitación del hotel, semidesnudo, con las maletas abiertas, los zapatos por el suelo, y solo, y se que hay muchas soledades rotas en habitaciones de hotel que hoy fueron diferentes.


Hoy pensé en ti Luis


Luis murió hace tantos años que me sorprende hoy su recuerdo. Todo el mundo le llamaba Jorge, aunque este era su apellido, pero el era generoso hasta con los que desconocían su nombre.
En una cuneta de Andalucía se desvaneció esa encantadora personalidad arrebatadora, el amigo de todos, hasta de los que eramos marginados en clase, el estudiante y atleta brillante que no muestra el esfuerzo y la persona risueña de la que todas las madres hubieran querido decir: ese es  mi hijo.
Se que estas muerto, ni estas, ni vas a volver, tal vez la bondad, virtud tan escasa siempre, es la que mas recuerde de ti, ademas de la sonrisa mas franca y honesta que uno pudiera imaginar.
Sin hacer milagros, seguro que en otro tiempo te hubieran llamado Maestro mi querido amigo.

Este otoño


Este otoño no hiciste mas que borrar las huellas de tu sombra, la luna no te va a salvar de los despechos de abrazos no correspondidos.
Dos días a tu lado y tus caricias me convierten en el amante que nunca tuviste. No consigo entender tu desnudez y me apesadumbra el fragor de tus palabras, me hace sentir el último deseo del después.
Aún de madrugada, pones en mi un cuando y un qué, mañana seré otro y tu serás tu misma.
May J. golpeó a su amante con el radio alarma CD, y en ese movimiento fugaz, se fue el engaño de la mismisima vanidad extraña, que empuja las intenciones marchitas de los que aspiran mas de lo que desean.
Según me cuentan May J. fue feliz y murió sin saberlo, mas allá.